Ayer se celebró el 2º domingo de Adviento. Estamos en tiempo de espera de algo importante. Los cristianos esperamos la Navidad, la llegada del Hijo de Dios al mundo, la lluvia de bendiciones que nos trae, la Salvación.
Este tiempo, que se repite durante todos los años, nos trae recuerdos de la niñez, de la ilusión que nuestros ojos infantiles transmitían a nuestros mayores en la preparación de las fiestas, en esperar sorpresas, en volver a ver a personas de nuestra familia que hacía tiempo que no disfrutábamos... Cosas que ahora parecen sencillas pero que , si se piensan bien, son la base de nuestra vida.
Nuestra vida es un contínuo esperar. De niños esperamos crecer ( "ya verás cuando crezcas", nos decían), de adolescentes deseábamos crecer para tener mayor poder de decisión, de jóvenes esperábamos acabar la carrera para trabajar, luego esperábamos a conseguir ese trabajo soñado, luego esperabas tener una serie de cosas con tu independencia económica ( una casa, un coche, un aparato de música...). Después esperas encontrar ( si no lo habías hecho antes) esa persona maravillosa que te enamorara, te hiciera sentir la más amada del mundo, a quien desearas entregarte y proteger como a tí misma. Después esperas poder transmitir tu legado material, cultural , moral, .. a tus hijos , a tus alumnos o a aquellas personas a quienes más quieres y en quienes desearías depositar tantas cosas que crees importantes.
Y seguimos esperando. Siempre. Día tras día siempre hay pequeños o grandes proyectos, situaciones banales o importantes y hasta graves, que vendrán y que esperamos, aunque algunas hasta se teme que lleguen.
¿Qué podemos hacer ante tanta espera? No lo sé. Creo que no se puede dar una receta infalible. Cada uno lo resuelve como puede, como sabe o como alguien le dicte o le aconseje.A los cristianos nos ayuda pensar que no estamos solos. Que Dios siempre está ahí, silenciosamente a veces, manteniéndonos en pie aunque la situación nos haga perder un poco el sentido de la esperanza. ¡Ojalá no perdamos nunca la ESPERANZA en Él porque, a fin de cuentas, de Dios nacimos y a Él volveremos.